El concilio de todos mis males.

           

             Haber aumentado la distancia que accidentalmente tomé de mi introspección, la tinta y el teclado tiene sus repercusiones. Después de haber terminado mi primer libro, mi primer proyecto independiente, hubo una ola de realización y plenitud. Así como las desgracias, la sensación de glorificación fue incluso hasta más corta y efímera; y más aún que ahora lo veo desde este mirador.

 

             Engañe a todos empezando por mí. El ego nubló, el horizonte frente de mí. Creí tener un mensaje al que cuestione y puse en tela de juicio todo el tiempo. Ofrecí alivio, oído y un hombro en un cuaderno negro, pequeño y de hojas frágiles, promocionando su venta por doscientos pesos. Y aparentemente, nada.

 

             Luego me sumergí entre los alientos, las pausas y los minúsculos espacios qué dejaban sus frases. Me hundí en una mente perturbada, que si fuese algo enferma, ofrecía los pequeños fragmentos incompatibles con el invidente technicolor que extraía de lo que la realidad me permitiese imaginar.

 

             Choqué y sacudí mis congestionados pómulos contra las mil y una maneras de lidiar con el dolor, que si de por sí no funcionaron como lo prometían hacer, menguaron la casi insaciable esperanza que estruje desde el lápiz sostenido con las protuberancias de mis secos huesos que hoy quiero arrancar.

 

              Nuevamente, ante las desoladas y contadas lágrimas de sangre que perduran más por terquedad que por fe. Traje a la mente palabras que me hicieran reír, errores de pronunciación que fueran más tiernas que ridículas y cuadros que fuesen tan narcisistas; y así retomar los pasos que me obligaran a tomar fijamente, por el cuello de la camisa, la mirada clavada que me solía reforzar el sentido de lo que la vida simulaba tratar.

 

Con una mierda, extraño con todas mis fuerzas, su caminar y como solía arrugar su nariz.

 

Todo volvió a estar mal. Nunca lo dejó de estar.

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