EL COCHE VIEJO

          Puede que todos recordemos un auto, ya sea propio o en el que viajábamos cuando éramos niños. Cuando se empieza a manejar, no todos suelen tener el mejor transporte del momento. Algunos inician con un carro usado, antiguo y con un montón de problemas. Mientras estamos con las preocupaciones cotidianas, hacemos a un lado la comodidad de nuestro automóvil. Nos aferramos con fuerza a él y ya sea por razones económicas, emocionales o de confort, nos conformamos con lo que tenemos.

          Al contemplar la posibilidad de vender o cambiar nuestro viejo auto podemos traer a la mesa varias justificaciones necesarias para no deshacernos de él. Tendrá el techo caído, la defensa desalineada, la lluvia se mete por la ventana porque esta no sube completamente, se calienta en los días más importantes, los cambios no entran de la mejor manera, pero decimos ‘’qué más da, es mi auto y cumple su función.’’

          Tiempo después, esto no solo queda en la incomodidad, sino que va más allá; impide llegar a tiempo a nuestro trabajo, cancelamos algunas citas importantes y hay lugares a los que no imaginamos que podemos llegar porque conocemos nuestras limitaciones automovilísticas. Hay sitios a los que ni en sueños pensamos que llegaremos.

          Al analizar el conjunto de variantes, entra en debate el cariño que tenemos a nuestro viejo acompañante contra la idea de que merecemos algo mejor, algo que nos haga más fácil el viaje y nos ayude a disfrutarlo, pues nuestro viejo coche nos distrae de la travesía con esos detalles interminables que salen de nuestras manos.

          El día que elegimos un nuevo auto y que adquirimos este nuevo transporte, nos subimos a él y llegó el momento de emprender el regreso a casa. No pocos serán los que piensen ‘’Ay cabrón, realmente mi viejo auto estaba muy jodido’’. Se sabrá que se merece un mejor transporte que haga disfrutar más el viaje, de una manera más cómoda y que ayude a potencializar las habilidades y optimizar los tiempos.

          A veces no nos damos cuenta lo mal que esta nuestro vehículo (que nos ayuda a ser funcionales) hasta que lo vemos en una nueva posición externa y en retrospectiva. Así es con la terapia y nuestra salud mental. No podemos saber qué tanto nos ayudará hasta que realmente asistimos a una sesión. Claro, habrá sesiones y profesionales que nos disgusten. Pero no generalicemos. No encontrar un psicólogo o psiquiatra de nuestro agrado no significa que todos sean así. Merecemos sentirnos bien. No por méritos, estudios, trabajo o reconocimiento social. Lo merecemos por el simple hecho de que todos tenemos un viaje que tomar y el derecho a disfrutarlo.

          Es verdad que habrá personas que no puedan pagar terapia, un psiquiatra o medicamentos. Para esto puede haber algunas maneras de pedir ayuda.

  1. Líneas de atención psicológica gubernamentales. Busca las más adecuadas según tu ciudad en internet con Secretaría de Salud y DIF.
  2. Pide ayuda a tu terapeuta. Analiza la manera de cómo puedes pagar los gastos de tu terapia. Muchas veces con la negociación, intercambio de servicios u otros, podrás corresponder.
  3. Pide ayuda a un familiar, ser querido o amigo de confianza. Él puede escucharte y ver la manera en cómo apoyarte.
  4. Entérate de los servicios que incluye tu trabajo o escuela. Muchas universidades e instituciones cuentan con un psicólogo y es incluido como servicio al empleado o alumno.

          Conviene ignorar lo que piensen los demás. No se necesitan los comentarios basados en ignorancia y falta de empatía. Lo más importante es lo que tú pienses de ti. Debes de saber que no estás solo, mereces estar bien por el simple hecho de estar vivo. Es tu derecho humano. Todos aquí lo necesitamos.

          Abrazo hermana/o.

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