Mientras veía que llenaban de tierra el pozo donde entró el ataúd de mi papá, me preguntaba ¿Qué sigue? No sabía si era muy tarde o muy pronto. No sé si algún día podría haberle dicho todo lo que lo amé o lo mucho que lo odié. La vida a veces nos hace favores que realmente no quieres, de una manera muy dolorosa e inesperada. Sucede en cuestión de segundos.
Unos meses después me tentaba el barandal de mi universidad y me preguntaba si esto sería una despedida digna. Nunca tuve el valor. Los momentos en los que no sabía dónde estaba o qué hacía se volvían más frecuentes. La presión en el pecho, el Citalopram, la nicotina, el alcohol, el desamor, la desilusión. No ser merecedor de nada.
Me gusta pensar que los momentos que más vivo estoy son los que más me oprimen el pecho. Hubo varias cosas que me hicieron regresar: la música, mi compañero de cuarto, los amigos, mi familia. Podía voltear a verlos y tener una razón para ocupar la mente. La vida es frágil: parpadeas y se esfuma. Parpadeas y todas las flores están cubiertas de tierra, parpadeas y el ataúd está bajando, parpadeas de nuevo y ha acabado el sepelio.
En mundo tan oscuro y yo tan inseguro, la misma pregunta me ha mantenido aquí:¿Qué sigue?
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